domingo, 30 de mayo de 2010

EN CÍRCULOS


La larga fiesta comenzó con una esperada primera noche en la que se cerró un círculo abierto con una chica durante los estertores de la última madrugada de la feria del año anterior, nos reencontramos amigos ausentes y reprochamos con vino las faltas pendientes de asistencia.
En alguna de las novelas de CANCIÓN DE HIELO Y FUEGO se describe el olor que percibe un viajero que recorre poniente a caballo cuando sale de los bosques cruzados por el camino Real y se divisa aún lejana la gran capital de los siete reinos medievales, llamada Desembarco Del Rey. Una ciudad que transmite su presencia a grandes distancias a través de su olor a hoguera, ganado, sudor y mierda. Una pura concentración de humanidad.
Quizás es algo así lo que me evoca el punto álgido de la feria, en sus días y noches: lo auténtico. Instantes efímeros, intensos y genuinos, fáciles de idealizar en el recuerdo bañado de alcohol y diversión, pero igualmente viscerales, mezquinos, carnales, violentos, tranquilos, íntimos, equivocados y contradictorios como para definir una gran acumulación de pequeños desengaños, personas y tránsitos.
Y así en una semana sumo pequeñas experiencias como para desear que esta feria no sea la última y vivirla como si lo fuera. Bailar con una especie de diosa germánica del metal oscuro algo perfectamente parecido a la capoeira, sobretodo cuando se bebe vino de forma insaciable cual hidromiel, chocarle los 5 al bailongo monstruo de la Casa del Terror en plena persecución, tras el cual no logro recordar que posible conocido me dijo ocultarse. Los efusivos besos y abrazos de una flamenca desconocida a cuya amiga compré un simple botellín de agua al verla descompuesta, las genuinas y clásicas calabazas de feria, por parte de otras chicas, a mis pobres tejos de mal buitre. Figurar en la foto exclusiva de la camiseta de despedida de soltero de Toby, compañero de volante y accidentes en los autos de choque, juntos a amigos y alemanes recién conocidos como él y Carola (la altísima rubia de larga cabellera enmarañada como una Sadako de la Capoeira metalera). El tronchante desastre de otro final de madrugada con unas chicas apagándome súbitamente el boquete abierto en la espalda de mi camiseta ardiendo al acercarme demasiado a un inseguro cigarrillo bamboleante cuando practicaba la tijera vertical con una cuasiveinteañera muy borracha que debió arrepentirse de subirse su mínima minifalda y aferrarme tan firmemente con sus muslos cuando en pleno perreo descontrolado le propiné un involuntario y sonrojante cabezazo de dolorosos efectos retardados que provocó intentos de consuelo por mi parte con besos y caricias y no impidió algún frotamiento musical más. El apropiado concierto pachangero de Kiko Veneno a mitad de la pegoletada del amigo Samuel, que ha tragado más feria y sol que muchos para currársela, algunas amigas y conocidas encontradas detrás de barras de bar, el surrealismo de la conversación minimalista que una chica acuclillada mantenía a menos distancia de la apropiada con nuestros penes orinando en el río con los amigos, los bailes bajo refrescantes manguerazos de agua a pleno sol de media tarde y los enganches a congas fugaces. Balones, sombreros y mojitos voladores, la sensación de que el próximo capítulo está siempre por escribir, y sobretodo, diversión y una asombrosa ausencia de resaca.