miércoles, 30 de noviembre de 2011

ERASE/REWIND

ERASE/REWIND

Al fin el pub irlandés se había atestado. Hacia frío fuera y el concierto daba sus primeros acordes. La mayoría de los que llenaban el local eran conocidos y amigos incondicionales de la banda, que a pie de barra entonaba unas primeras notas que me resultaban tan amenazantes como familiares, por lo que me iba haciendo a la idea de presenciar una velada nocturna más cómo se iban destrozando uno a uno algunos de los clásicos populares del rock de las últimas tres décadas.
Había acudido al lugar, más interesado en las pintas de Guinnes en mi caso que en la música, con el hijo mayor de un amigo de siempre. El chaval estaba entregado a la música desde el principio, y yo le miraba divertido añorando mi pérdida capacidad de divertirme sin mayores pretensiones o el menor espíritu crítico que la experiencia me había dado y encallecido tal vez prematuramente.
Viéndole recordaba a aquel niño pequeño cándido, algo callado y perezoso, siempre con su pijama de piratas y galeones, que me resultaba mucho más familiar que el adulto casi desconocido que tenía delante siguiendo con pasión un ritmo disonante y una voz cascada desafinando hasta lo delirante. Y me sentí tremendamente viejo pese a solo rozar aun los cuarenta. Viejo y solo.
Sin duda tocaban mal y cantaban peor aquellos dos chicos y la muchacha pelirroja que los lideraba, con un carisma ingenuo y tan forzado como los gestos de rockera convencida que tanto parecía gustarle hacer para diversión del público.
Confirmando el éxito que estaba cosechando la simpática chapuza entre sus fieles, me dediqué a apurar mi cerveza observado a los parroquianos del lugar, tratando de evitar la cercanía del potente y ajado altavoz que tenía delante vociferándome aquellas estridencias de karaoke con ambiciones.
El sitio era bonito, decididamente. Acogedora decoración de madera desde el suelo al techo, muchas fotos antiguas con motivos de la vieja Irlanda, qué verde era mi valle y esas cosas. Y bastante lámparas de gas.
Me llamó la atención el detalle de que no eran imitaciones eléctricas. Eran reales. Había estado allí antes sin darme cuenta de ello. Colgaban por todas partes dando un bonito toque de iluminación tenue, medida. Sobre la barra, las mesas, el escenario, cerca de los muchos equipos eléctricos de aquella parodia musical de grupo hard rock sin batería, o sea, con música pregrabada en su mesa de mezclas..
Me pareció peligroso. ¿ De verdad en un sitio a rebosar de gente había colocado tanto gas encendido cerca de fuentes eléctricas de calor con tan mal aspecto?.
Me resistía a llamar la atención a nadie respecto a ello por no parecer y sentirme un tonto escandalizado, cuando escuché un chasquido detrás mía. Justo donde estaba el gran altavoz al que había dado la espalda como a un enemigo, imprudentemente. En realidad era solo el principio de un chasquido. Entonces volvió a ocurrir. Apenas pestañeé y el tiempo comenzó a ralentizarse como tantas veces antes mientras me volvía y con el rabillo del ojo, curiosamente con nítidez, veía un destello que preveía una llamarada considerable bajo los cables del dispositivo. Noté un leve empujón, pero me centré en aquello que llamó mi atención. El tiempo se detuvo. Del todo, una vez más.
No se reanudaría hasta que pestañeara de nuevo, como siempre. Y es algo que en esas condiciones podía tardar mucho tiempo en hacer. Todos a mi alrededor, congelados. Algunos a pocos centímetros sobre el suelo, en plena efervescencia rítmica, ahora capturada como una fotografía de cuatro dimensiones y olores peculiares. La música había cesado. Eso al menos era un consuelo temporal. Dudaba con una media sonrisa de si salir del local antes de pestañear para reiniciar la rueda del tiempo y librarme así del resto del concierto, pero antes debía centrarme en solucionar el peligro inminente de una explosión de gas o un incendio catastrófico. Debía esperar unos momentos para habituarme a la situación, como de costumbre, ya que me embriagaban los sentidos las peculiares características del tiempo entre tiempos. Su estimulante y único sonido de fondo, la densidad y frescor del aire inmóvil, forzado a entrar en mis pulmones en cada inspiración. La luz, sobretodo la luz, tan sutilmente distinta, aunque no tan diferente tal vez en noches de bares como este.
Este era sin duda el motivo de mi soledad. Mi secreto. El hecho de que en realidad solo soy del todo yo ahora, entre los momentos. Algo que no podía compartir con nadie.
Me giré lo justo para ver a mi ahijado en plena pose de air guitar, ajeno a mi realidad. Me alegré de ello.
Espera, ¿ Que es eso? Algo interrumpía el ruido de fondo, el falso silencio de mi mundo. Un llanto cercano. Me volví de nuevo para encontrarme entre los cuerpos inmóviles a una chica de sentada en el suelo, a unos pocos metros de mi, cerca de la pared junto a la barra.
Parecía aterrorizada. Tenía su exceso de rimel corrido en buena parte de las mejillas y las manos en la cabeza, con los dedos entre su escaso y oscuro cabello. ¿Cómo era aquello posible? ¿Quién era esa niña que había entrado en mi limbo? ..La reconocí aunque no tenía aun respuestas a mis preguntas. Era la muchacha que constantemente había estado de acá para allá empujando molesta aunque educadamente de forma cansina antes y durante el comienzo del concierto.
Entonces me había recordado a alguien y ahora la sensación se acentuaba. Estaba plantado frente a ella, que seguía sumida en su miedo y sollozos sin reparar en mi, más que nada para asegurarme de que era del todo real. En mi estado de consciencia aún me estaba aclimatando al entretiempo, como un buceador lo hace a los cambios de presión en aguas profundas, y todavía me encontraba en la fase que llamo de "pedete lúcido", por lo que alguna leve alucinación o percepción imaginativa era posible de momento, como las "sombras" que en ocasiones había visto desplazarse a mi alrededor sin poder determinar su naturaleza antes de esfumarse. O los "pensamientos" que a veces había escuchado incompletos, o creído escuchar, como susurros lastimeros fugados entre dientes de algunos inmóviles cercanos. O los diálogos entre teléfonos móviles vía bluetooth e infrarrojos, como entes inteligentes. Mentes llavero. Conceptos absurdos que para mi diversión surgían en momentos concretos de mi dilatada convivencia con el tiempo inmóvil, más propios de un viaje con peyote.
Miraba a la chica confirmando su aparente existencia física al inspirar el espeso aire arrítmicamente, con esfuerzo aunque sin dificultad entre tanta lágrima entrecortada. Sí, me recordaba mucho a Natasha Gregson-Wagner. Actriz joven olvidable, podría poner en su ficha de IMDB. Ya no tan joven.
Había hecho algunas pelis infames y trabajos para televisión más potables, pero era conocida por la prensa sensacionalista menos desmemoriada como "la hija de dos padres", o "la heredera de un misterio", "la marcada por un crimen" y "el producto de la tragedia de Hollywood", como la habían llamado o titulado los poetas de los tabloides de medio mundo. Buscadlo en internet. Su madre, Natalie Wood, actriz mitificada por títulos como Rebelde Sin Causa y West Side Story murió en extrañas circunstancias en un yate en alta mar.
Su marido, Robert Wagner, aun levanta suspicacias por ello. Y en mitad de todo aquello, una niña.
Pero sin duda la chica temblorosa del suelo no era una Gregson-Wagner, sino una española común (que no es poco) mucho más joven. Mis sentidos parecieron al fin centrarse y aclararse cuando ella se calmó sola lo suficiente para abandonar sus sollozos, sorberse los mocos y percibir mi presencia al ver que la estaba mirando sorprendido. ¿Qué había provocado aquello, como...? ...Un momento, el empujón.
Me tocó. Me había tocado. Justo cuando comencé a detener los coloridos instantes que se encadenan en el transcurrir de la corriente temporal ella había pasado a mi lado una vez más en su incesante trasiego por el lugar y me había empujado, aunque no le había prestado ya la menor atención.
Era aquello, lo sabía. Nunca había ocurrido nada semejante. Ni el menor contacto con nadie durante la transición. Hasta hoy, hasta ahora.
Alguien podía verme tal como era yo, al completo. Tal vez no le gustase, pero era un principio. Ya no estoy solo.