Partimos de nuestra aldea. Un pueblo lejano y solo, callado, tutelado por un arcángel. Las madres plañideras lo nombran en sus hijos. Los sacerdotes lo invocan, los futbolistas se encomiendan a él. Los toreros visten sus estampas. Los conductores chocan con sus triunfos de piedra antes de rodar hacia las cunetas. Monumentos beatos anclados en las innumerables rotondas de la ciudad templo. Milenaria y derrumbándose, la dejamos atrás.
Y subimos por encima de las nubes, para ver el cielo sobre Berlín desde arriba al descender. Apenas ojeo la novela de Anne Rice que me acompaña desde el aeropuerto mientras los ronquidos de un obeso germano amenizan nuestras turbulencias. Se titula La Hora Del Ángel. Y un ángel dorado corona el techo nuboso de la ciudad. Un hombre de negro observa a la gente encaramado a su ala. Han visto otros como él en California, en Los Ángeles, pero no molestan a nadie.
Cerca, en Brandenburgo, Clowns uniformados de soviets, troopers de Star Wars y zombis nazis se fotografían con turistas mientras el espectro del Führer los observa derrotado desde su búnker en el cercano museo de cera. Acaso veo sus ojos solo un instante. Se parece a un borroso y envejecido Bruno Ganz en EL HUNDIMIENTO.
En el campo de Oraniemburgo, uno de esos ángeles de negro excava la tierra helada. Otro se lamenta sereno en la fosa de fusilamientos. Es como un joven Bruno Ganz en blanco y negro.
Hay máscaras de gas fabricadas a mano por cadáveres en el campo, y otras nuevas, más lustrosas aunque semejantes en un escaparate del barrio sado. A la zona latina de los chaperos la conocen por La Mala Pena. El detective hermafrodita Ambigú lo recorre embutido en cuero sudado y acero manchado de sangre. Allí vivió Ziggy Stardust, el héroe cósmico-glam. Allí estaba la base contracultural, en la ciudad dividida de la nación sometida.
-"Soy de CheckPoint Charlie", nos dice un casi anciano exagente de inteligencia de la R.D.A. "-Mi hogar ya no existe, soy un fronterizo, un Tex-Mex Soviet, me llamaba mi viejo colega y adversario, el amigo americano". El sabio y obsoleto policía político fuma sus cigarros baratos y se queda pensativo sentado en el parque frente al monumento a Karl Marx, observando al vendedor turco que ofrece imitaciones de uniformes militares comunistas. El rostro del antiguo Berlín es el de un cansado Bruno Ganz.
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