Otra de mis antihistorias de preadolescencia cuasitreintañera (por aquel entonces) comenzó en un bar de un polígono industrial. Mientras me duró el trabajo en una nave cercana, frecuenté aquella tasca obrera, y en ella, al principio, encontré a Cristina, pero esa es otra historia (también sin importancia).
El caso es que una noche fría encontré el bar casi vacío, sólo Cristina y una amiga que la visitaba estaban allí. Me la presentó, charlamos un rato, y tras tomar algo me decidí a marcharme. "Voy contigo" me dijo la recién conocida Gloria.
Y así, mientras salimos caminando de la desértica zona céntrico-industrial y la acompañaba a su cercano piso hablamos animadamente sobre Cristina, sobre ella y otras cosas. No recuerdo bien porqué (quizás por lo que me dijo sobre alguno de sus trabajos y alguno de sus jefes) comenzé a contarle una historia:
- Una vez en el cuerpo humano, una asamblea de órganos internos intentó decidir quien de todos ellos mandaba. El cerebro dijo que él era indispensable para la coordinación de todo el organismo y del individuo, el estómago explicó que él proveía los nutrientes y eso era más importante, los pulmones reclamaron el liderazgo porque suyo era el preciado oxígeno, y así sucesivamente. Pero terminados todos los alegatos sin que hubiera consenso se oyó la voz de la pequeña y apestosa mierda que aguardaba en el intestino. Reclamó para regocijo ajeno el caudillaje del cuerpo humano, y ante el humor general decidió hacerse piquete y bloquear la salida anal. Dicho y hecho, la mierda no dejó de crecer, y los órganos internos no funcionaban correctamente, por lo que cedieron.
Desde entonces, cualquier mierda puede llegar a ser jefe-.
Gloria me miraba entre extrañada y divertida mientras le contaba la historia. La dejé en la puerta de su bloque, pero me arrastró hasta una esquina cercana con el pretexto de que sus padres no nos vieran por la ventana, ya que no quería preguntas incisivas por su parte, y allí nos despedimos.
El tiempo pasó, y Cristina dejó el bar unos pocos meses después sin que volviera a coincidir con Gloria. Llegó la feria de mayo.
En la puerta de la caseta Juan XXIII esperábamos a alquien un grupo formado por un amigo y unas amigas góticas a las que compramos unos muñecos de Chucky en un puestecillo y los lucían divertidas, cuando una de ellas saludó a una chica que se le acercó. Mi amiga presentó la recién llegada (antigua compañera de estudios) a los demás y cuando se acercó a mi se le iluminó la mirada y firmó una gran sonrisa. Era Gloria.
La reconocí al instante, igual que ella a mí. Venía sola, después de dejar a su familia en la calle del infierno (desalmada), y decidió quedarse con nosotros aquella noche.
Durante el rato que compartimos, charlamos, bailamos y bebimos, en un coqueteo prometedor. Súbitamente, apareció una conocida suya y la arrastró a ver a alquien en otro lugar, con fastidio, me dijo que la esperásemos allí, que volvería, (me pidió el teléfono,pero no lo llevaba encima ni sabía entonces mi propio número). Pero la fiesta es caprichosa, y no permanecimos mucho mis amigas/go y yo en el mismo sitio ni en el mismo estado. No sé si ellá volvió, no volví a verla.
VOLVERÉIS, de Jonás Trueba
Hace 1 mes
1 comentario:
tus prometedoras historias son de gran importancia en su cotidianidad, y me sumergen en la sutil melancolía de las noches con bruma de cordura, después del litroneo de antaño. gloria, amanda, me retrotraen a la chica-materia que compartiamos miguel y yo. sé que somos otros y que esto es pasado ya, pero leyendote lo revivo contigo. gracias.
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