POST-TOLKIEN

"Se acerca el invierno" Lema de la Casa Stark.
Cuando aún no he terminado el primer volumen de CANCIÓN DE HIELO Y FUEGO - JUEGO DE TRONOS - de George R. R. Martin, mi impresión sobre su adictivo universo es el de un mundo y época de un feudalismo puro, sin la losa del poder eclesiástico católico ni una religión cristiana oscura y fanática (aunque con sus luces) que arrastre a los reyes a combatir a ninguna tierra santa.
Tampoco hay, por tanto, un extenso mundo musulmán al que atacar que condicione y defina la política y la sociedad que se describen.
Sólo es una suerte de medievo que puede evocar más al pasado británico quizás que al del resto del viejo continente. No hay, de momento, orcos ni elfos ni magos, sólo hombres. De la magia de la vieja época sólo quedan vestigios, como fósiles de dragón adornando los muros de la Fortaleza Roja del rey.
La religión se divide en un politeismo de influencias celtas y un monoteísmo de reminiscencias visigodas, pero muy influenciado por lo pagano. Las siete caras de Dios (el septo) comparten espacio sin agresión con el bosque de dioses que todo castillo que se precie posee. El juego de tronos es una maraña de intrigas y maquinaciones, motor de la trama que engancha sin remedio y con un carácter tan creíble y adulto que puede parecer más una novela histórica sobre unas dinastías feudales que de fantasía. Los señores de las distintas casas se construyeron un pasado heróico a medida y un porvenir ostentoso a base de saqueos, traiciones y masacres poco honorables.
Para averiguar cuanto queda realmente del mundo antiguo, el de la magia y los dragones, algo que realmente no quita el sueño al lector comparado con otros asuntos más acuciantes para los personajes, y también más realistas y brutales, cuando no despiadados, habrá que asomarse más allá del gran muro del norte. Sigamos leyendo.