Rojos. Soledad estaba lo bastante cerca del escenario montado en la plaza mayor aquella noche para fijarse bien en los zapatos de La Mala, de un rojo sangre intenso, mientras la cantante ronroneaba insultos al micro al ritmo de sus contoneos.
Soledad había salido de la céntrica tienda donde trabajaba tras el cierre y se había encontrado camino a casa el festival de otoño. Sin saber muy bien como, había terminado entre la multitud, casi pegada al escenario, esgrimiendo su nuevo móvil con el que grababa y fotografiaba diariamente todo lo que le ocurría, para subirlo luego al portal de aficionados VidPicz, y no se le daba mal. Tenía algunos seguidores devotos. Había hecho un par de fotos de la actuación y ahora filmaba un vídeo de las evoluciones entre sensuales y macarras de La Mala, vitoreadas por la muchedumbre que abarrotaba el lugar.
Pero a ella le interesaban más los colores, reflejados con nitidez en su último modelo de móvil (lo había cambiado por uno que alcanzara una gran resolución, la máxima del mercado en fotografía) sobretodo los del modelito de la diva, un corpiño dorado que parecía robado de los descartes de Lady Gaga, una microfalda roja, los llamativos zapatos y hasta un lazo rojo intenso en el pelo.
Roja oscura. Mientras forzaba silenciosamente la cerradura del piso, recordaba los ojos de Lorena en una minúscula habitación negra iluminada por una fuerte luz roja, solo un rato antes, en un callejón cercano de la zona antigua del centro, en el interior de un pub gay, esperando a entrar en los servicios en la pequeña habitación rojinegra. Él, apoyado en la pared, en silencio, mirándola desde profundas, rojizas tinieblas a menos de medio metro de distancia. Ella, Lori, como la había llamado la desfasada de su amiga, acababa de entrar desde la barra, algo agobiada por la estrechez del espacio, por el silencio que los aislaba de la música imperante a una puerta de distancia, por el estruendo de la chica que la acompañaba hasta perderse en el excusado, también por el viejo marica borracho que las había acosado instantes antes,...pero al poco se tranquilizó. El tipo aquel que también esperaba apoyado en la pared permanecía inmóvil, como distraído, y embutido en su traje negro transmitía serenidad, seguramente de origen etílico, pero apacible. Sin embargo, en el fondo tenía un poso tenso, lo sentía en las tripas. Tal vez solo fuera la cerveza, los chupitos y las ganas de orinar, que la tenían ya atolondrada.
Él la había seguido a casa, bastante cerca del pub. Un piso bien situado, en la plaza mayor, que esa noche estaba de fiesta, al parecer. La cerradura cedió, y abrió la puerta lentamente, iluminando desde el pasillo tenuemente el saloncillo que había permanecido a oscuras. No necesitó mas, la vio asomada al balconcillo, abierto a unos 3 metros justo frente a él. Reconoció su corto vestido blanco con tirantes, su espalda casi descubierta, que lo invitaba a pasar. De espaldas a él, Lorena se entretenía con la algarabía de la madrugada. Había un concierto de La Mala allí mismo, y ella miraba a la gente y al escenario desde atrás, a cierta distancia, dada la situación de su casa a tres pisos sobre el arco de acceso oriental a la plaza. Tenía algo de frío allí fuera, con su minúsculo vestido, y repentinamente se sentía de nuevo un poco triste y sola.
Cerró la puerta tras de sí. Lori no advertía su presencia, podría hacerlo bien. Comenzó a desanudarse la corbata y quitarse el traje. Recordaba aquella peli de Charles Bronson, un policiaco en el que perseguía a un asesino en serie que se desnudaba para cometer sus crímenes, con la convicción de no dejar pistas. Aquello fue mucho antes de los análisis de ADN, claro. Pero él también lo hacía así. La seguridad no era propioritaria, él no era un ladrón. Era un asesino enamorado. Cuando miraba en la tele la serie Dexter, no comprendía como el sociópata protagonista restringía de aquella manera sus asesinatos, limitándolos a simples ejecuciones asépticas, sin atisbo de pasión en ellas, incapaces de saciar en realidad al oscuro pasajero que siempre mencionaba.
Una vez desnudo, sacó del bolsillo de su chaqueta un minúsculo punzón que se colocó entre los dedos de la mano derecha y un bisturí que sostuvo con fuerza en la izquierda cuando dejó la prenda en el suelo, y dándose un momento para contemplar a Lori en aquel instante de ignorante pureza, la embistió calladamente, arriesgándolo todo por un extásis pasajero de puro amor.
Soledad tenía ahora enfocado el rostro de La Mala, que susurraba repetidamente "Date cuenta", cuando advirtió algo extraño. Un movimiento lejano, sobre la cabeza de la cantante le llamó la atención. No le habría prestado más atención, pero persistía. Se distrajo de su entorno y enfocó su lente hacia allí, al bloque pisos del extremo opuesto de la plaza, a tres plantas sobre el arco. Durante un momento no supo que estaba viendo, luego le pareció que un hombre follaba a una chica por detrás, agarrada a la barandilla de su balcón. Finalmente forzó el zoom al máximo como para distinguir en la lejana penumbra como el tipo, aparentemente desnudo, apuñalaba repetidas veces a la chica desde atrás, bajo el costado izquierdo, mientras la sostenía penetrada por el lado derecho del cuello con una hoja más pequeña, que parecía asfixiarla o inmovilizarla, mientras la sangre roja se deslizaba hacía arriba, buscando su mentón, lamiéndolo apenas, para caer entre sus pechos hacia abajo. No sabía cuanto duró aquello, aunque su cámara lo tendría registrado. Soledad estaba inmóvil, incapaz de dejar de enfocar aquel horror, cuando una inoportuna niebla artificial manó en el escenario de la plaza, haciéndose tan espesa como para impedir continuar presenciando aquellos terribles momentos. No había llegado a ver al hombre que había hecho eso, que tal vez aún lo hacía, pero por su constitución le había parecido joven o de mediana edad. Intentó desplazarse entre el entusiasta gentío para volver a ver algo de aquel balcón lejano, pero no lo logró.
Él notaba el cuerpo caliente de Lorena rozando su torso desnudo. La sangre impregnando todo, hasta sus pies, el aliento de ella que se escapaba. No había gritado. Cuando le clavó la muy corta hoja del punzón en el cuello había apenas abierto la boca con sorpresa y dolor agudo, intentando coger un aire que ya no atraparía jamás. Era como una punción estranguladora, que la dejaba indefensa, vulnerable para ser penetrada repetidas veces, tantas hasta que sus formas se desmadejaran en sus manos amantes, ahora húmedas y pegajosas. Cuando terminó, la cabeza de Lorena descansaba sobre el hombro de él, como dormida, con una expresión como agradecida. Él la sostenía ahora con dulzura, como abrazándola casi por detrás. Dejó de contemplarla para mirar a la calle, disfrutando de la brisa nocturna y el calor de sus cuerpos. La plaza hervía, rugía, pero ellos pasaban inadvertidos. Había un millón de cámaras y móviles allí mismo. Grabando sin parar, el concierto, los amigos, las parejas, todo. Pero a menudo las cámaras son incapaces de ver siquiera momentos como aquel, de auténtica vida, de amor incondicional. Momentos trascendentes. Si alguna, una sola de las pequeñas luces de flashes de aquella marea nocturna y ruidosa era lo bastante audaz para fijarse en ellos ahora, debía ser sin duda especial. Tal vez una.
No supo muy bien porqué, pero Soledad cedió a su primer impulso, que fue subir la grabación a la web. No se lo dijo a nadie, no hizo nada. De alguna manera, sabía que la chica, a la que ya no veía en el balcón, estaba muerta, tirada en el suelo del piso, desangrada. y su anónimo asesino y ella eran los únicos que lo sabían aún. Compartían eso, y hacía especial lo que había grabado. algo que le asqueaba pero que lo distinguía de cualquier video malo de youtube. Eso era diferente. Lo peor fue que se marchó a casa. No sabía lo que sentía. Tal vez estaba excitada, tal vez se odiaba, puede que la curiosidad pudiera a todo lo demás.
Una vez en casa, miró el portal VidPicz desde su portátil. Tenía un nuevo seguidor, que oportuno. Usaba un alias, NokreokelSolxist@, y había votado su nuevo e inusual video. También dejó un comentario. Seguro que iba a buscarse un lío con aquello, pensó. Era un enlace. Clickeó y accedió a una webcam. Eso no lo esperaba. Desde el monitor miraba una habitación vacía. Parecía como un reservado de un club o algo así. Por la decoración (bajos sofás de sky blanco, un minibar, y sobretodo una barra para hacer bailes sensuales y striptease) y la iluminación, de un rojo opaco.
Una jovencita pelirroja de aire gótico y piel muy blanca apareció ante la cámara. Sonreía sin hablar con malicia fingida, y en los primeros acordes de una canción de Nick Cave (una versión muy lenta de Don´t fear the reaper) comenzaba un baile sensual sin levantarse, frente a su ordenador. Levantaba los brazos cogiéndose el pelo cuando una sombra apareció tras ella. Un traje negro, un capucha extraña, como acolchada, de un tono gris metalizado. Unos guantes del mismo tono, como los de malla que se utiliza para el esgrima medieval y las representaciones. Un cuchillo de carnicero. Con rapidez, agarró a la casi niña de su blanco y desnudo hombro y le seccionó el cuello desde atrás. No hizo más. La sostuvo mientras la muchacha agonizaba brevemente entre mudos y húmedos estertores.
Soledad estaba paralizada. Sus ojos claros y culpables ni pestañeaban.
El encapuchado se quedó inmóvil, mirando a la cámara todavía, como había hecho desde que apareció en escena. Le pareció que la saludaba.
“El amor es muy importante, enfermera Igor. El amor es una puerta a otras emociones. Sin él. No puedes llegar a comprender cosas como la venganza, o el terror, o la pérdida,.. o el odio. El odio es la hostia. Odiar es nunca tener que decir que lo lamentas. No puedes odiar debidamente sin haber estado enamorado, porque nada te enseña mejor a odiar..” Doktor Sleepless.
Pero el doctor se equivoca, en mi caso. No soy un misógino, soy lo contrario. Un amante, un ángel de alas rojas en un permanente San Valentín sangriento definitivo. Un enamorado.
Si ella hubiera sido un hombre, habría huido. Sin más. Pero esa chica que nos filmó mientras Lori y yo consumábamos nuestro encuentro en el balcón de la madrugada tenía una mirada distinta. Inocente, morbosa, pura.
Compondría para ella una cadena de pasiones, una balada de asesinatos, estrechando un círculo a su alrededor de complicidad y tensión, que tal vez se cerraría, a su muerte.