Aquella gélida mañana de noviembre desperté un poco antes del amanecer. Helado, la verdad. Me había quedado dormido muy tarde sentado en el sillón junto a la chimenea del salón de la señora Hudson. Ella suele acostarse temprano, por lo que me tomé la libertad de descuidar mi aspecto y sólo vestir un batín rojo oscuro carmesí,unos calzones y un desigual par de calzetines. El fuego que tan bien alimenté esa noche ya sólo era cenizas y un incòmodo frío me llegaba hasta los huesos. Me desperecé en el sillòn mirando hacia la ventana màs pròxima, empañada de vaho. Una gris niebla cubría la aún nocturna Baker Street, dando la impresiòn de que el 221 era el único edificio de toda la ciudad, y que Londres sòlo era un mal sueño. A veces, cuando la reclusión en mis habitaciones se prolongaba demasiado,como era esa ocasion, lo parecia. Perezosamente y algo abotargado me dirigí a un territorio que me era tabú por orden de mi casera: la cocina, y con cuidado preparé una tetera y la puse en la lumbre. Sonó entonces la puerta. No el timbre ni el llamador, unos pequeños nudillos golpeaban ritmicamente la madera por debajo de la linea de flotacion lógica en un adulto corriente. A juzgar por las horas, uno de los irregulares se habia percatado de mi presencia desde el exterior, tal vez incluso esperando vigilante en mis escaleras y esperaba de mi un compasivo desayuno a cambio de quizás alguna información suculenta. Dudaba que tal cosa pudiera interesarme, pero le abrí, y el pequeño Billy Batson "Bats" entrò directo a la cocina, rápido, sonriente y dando unos vigorosos -¡¡Buenos dias señor Holmes!! como si ya fueran las 10 de la mañana. -¿¡Tiene usté café!? ¿tostadas?.. Diligente, no iba a despertar a la señora Hudson por aquel minúsculo banquete, asi que fui dispusiéndolo todo mientras el crío de apenas 10 años se sentaba dispuesto en una mesita del salon a esperar su desayuno como si de un lord del exclusivo club Diógenes de Mycroft se tratase, tras salir de la cocina tan raudo como entró. Agradecí que aquellas pequeñas y répidas manos se distanciaran de la mimada despensa de la señora Hudson. Y mientras preparaba todo y me servía el té le interrogué: -¿Que te ha traido esta casi mañana por aqui pequeño amigo? ¿Te has peleado otra vez con el granuja de Jimmy O`keefe?. -¿No debería saberlo ya usté señó holmes? ¿Se leer,sabe? y en los relatos que el doctor escribe sobre ustedes dos sus casos suelen comenzar con una visita sorpresa a la que usted deslumbra con sus dedusiones por las que ya sabe que quiere su cliente de ustedes. -Tú Sí que eres un caso, billy. no te quepa duda. No esperaba emociones como aquellas a las que mi pequeño truhan callejero se refería para aquella mañana. Ya masticando, "Bats" siguió:-Pues le traigo la primerísima edición del London Herald Tribune-, sacándose un ejemplar muy redoblado de su chaquetita. -Y también su...medicina-. Me pilló desprevenido -¿Quién te ha pedido tal cosa?-inquirí. -usté,señor,ayer mismo-. Miré con frialdad un instante el pequeño bote de opiáceos licuados que el niño había dejado en la mesa con naturalidad junto al periódico sin dejar de engullir sus tostadas y de huntarles más mantequilla y mermelada. Estaba seguro de no haber pedido nada de aquello. Es más, no veía ni hablaba con el pequeño Billy Bats hacía ya varias semanas. Y sin embargo, a mis casi 40 años me habia dejado llevar por una espiral de desidia como ninguna otra desde que Watson se habia marchado del apartamento que compartíamos como inquilinos para contraer matrimonio con su prometida, la hermosa señorita Mary Higgins St.Clark y concluimos nuestro último caso y con él nuestra asociación. Pero Watson, sabedor de mis funestos (en sus palabras) hábitos, venía prácticamente a diario a controlar a este excéntrico solterón que sólo tenia ya por compañia a su vieja casera y ama de llaves, un aun más viejo fox terrier dormilón que de vez en cuando despararecía como ahora y las visitas inesperadas de pillos hambrientos, huérfanos de los barrios bajos.Amén de un hermano mayor distante, abrumado por las obligaciones de su cargo, que yo, el díscolo benjamin habia evitado toda su vida. Pero no habia motivo esta vez, no consumía aquellas drogas hacia mucho. Su uso me dejó hastiado. ¿De qué iba aquello entonces? el joven Billy me miraba con determinación y aparente inocencia. Con la intención de despejarme bebí al fin mi té .le miré pensativo mientras el chiquillo acababa con su desayuno y ensimismado no aprecié el sabor dulce del té hasta haber apurado al menos media taza. y sobretodo lo importante, el hecho de que lo estaba tomando sin haberle añadido aun mis 3 terrones de azúcar.En el instante en que me dí cuenta lo supe. Mire al pequeno billy a los ojos, que percibieron la iluminación del que se descubre acorralado en los míos y soltó una risita con su última tostada en la mano mientras me desplomaba en la alfombra. Inmóvil. Envenenado. Vertió un tóxico endulzado en el té que había dejado enfriar un poco,mientras le preparaba su café y tostadas como buen anfitrión. El estupor fue mi última emoción consciente. Cuando desperté, Billy no estaba. En su lugar una despeinada y preocupada señora Hudson me miraba desde arriba, al lado de un tipo al que no había visto en mi vida, o eso juraría solemnemente si su tez negra de hollín no me impidiera afirmarlo con rotundidad. Ya no me encontraba sobre la alfombra, sino acomodado en el sofá de mi habitaciòn, envuelto una manta. -¿Cómo se encuentra Sherlock? La buena señora nunca me llamaba así. Estaba visiblemente nerviosa. Éste es Thomas Willcott, el deshonillador que ha venido hoy temprano. Cuando le he encontrado sin sentido me ha socorrido y le hemos subido a su habitación-. Ya era de día, a juzgar por la luz apenas las 8. Ante mi extraño silencio, Hudson siguió: -Ese granuja de Billy Batson me ha despertado cuando se ha desmayado usted. y mientras le he socorrido el muy ladrón se ha llenado los bolsillos de huevos y panecillos y ha salido pitando. Decía que corría a avisar al doctor Watson, bendito sea, debe estar al llegar. Estaba usted helado!!- Lo unico engorroso en escuchar la explicacion de mi cuidadora era tener la certeza de que no podia moverme ni hablar. Aún así, noté que ella callaba alguna cosa y la sombra de una reprobadora tristeza le pasaba por los ojos. Lo había visto antes. Pensaba que mi estado se debía de nuevo a las drogas. Quizás el joven mequetrefe le había dejado alguna prueba falsa más a la vista para inducirle tal sospecha. Sin duda el niño no era el cerebro de aquel atentado contra mi reputación que aún no se había consumado en asesinato. Watson, que conservaba su propia llave del edificio, entró al fin acelerado en la habitacion de mi apartamento, maletín en mano. -¡Holmes, como diablos ha podido hacer semejante estupidez!! ¡¡Una mente como la suya, echada a perder!!-,Dijo a voz en grito. Aquello parecia el discurso habitual de mi hermano Mycroft. Me dolía la cabeza.Le miré suplicante, haciéndole ver mi casi inmóvil estado. Dirigí exagerada y repetidamente mi vista primero a Watson y luego al deshollinador, que sin articular palabra se situó en un discreto segundo plano. Tras Tras comprobar mi estado y convencido de que me encontraba en un grave extremo de sobredosis que podía resultarme mortal, Watson iba sin saberlo a ser mi asesino.
CONCLUIRÁ..
No hay comentarios:
Publicar un comentario