miércoles, 9 de abril de 2014

HAIKU NEGRO

Harald Petrova caminaba con paso firme y acelerado hacia casa. Estaba decidido. Llevaba la tablet en su funda de mano, guardada tras leer las últimas noticias, que habían acabado con la poca paciencia que le quedaba. El mundo se había vuelto loco, desde hacía mucho en realidad, pero sin duda estaba tocando fondo. La pedofilia era ya una práctica social aceptada, con la boca pequeña y públicamente a regañadientes, aunque cada vez con menos reticencia y mayor insolencia y cinismo. Décadas atrás, el destape de cientos, incluso miles de casos en la iglesia católica primero, y en el resto de organizaciones religiosas de las grandes confesiones después habían producido un shock importante, pero estas se enrocaron en su inmovilismo, y unido esto a la deplorable situación moral de la civilización global, ganaron el pulso legal y ético que echaron a la humanidad. Harald sabía que no nos dimos cuenta entonces, pero terminó pasándonos factura, provocando a largo plazo un derrumbe total de nuestras almas y esperanzas. El mundo se volvió mucho más oscuro. Vendimos a nuestros hijos por nada. Luego, potentes estados islámicos tribales que pasaban en su economía de la edad media al siglo XXI en lo tecnológico, adaptaban sus "nuevas" leyes a sus deplorables usos y fueron los primeros en dar el paso de legalizar oficial y oficiosamente el uso y abuso de menores a nivel internacional. La población occidental, aparentemente escandalizada en primera instancia, seguía su camino de insensibilización sin mayor problema. La población votante no reclamaba realmente medidas drásticas para atajar su decadencia, inmersa en otros problemas en teoría más acuciantes, y seamos sinceros, porque cada vez un mayor número de personas practicaban anónimamente por internet aquellas acciones que por otros medios y públicamente les hubieran resultado inimaginables. Los foros de pedófilos salieron poco a poco del armario de la profunda internet, Google y las redes sociales los incorporaron cada vez más abiertamente y la explotación laboral de los menores ayudó a crear un clima de inhumanidad general. Harald había sido un espectador impotente de toda aquella debacle sacada de quicio en pocos años. Pero no era sólo ese clima enrarecido y cruel el que le había dado la determinación para su incursión. Era la gota que colmaba el vaso, que se había ido llenando poco a poco, eso sí, pero su razón era más extraña tal vez, y personal. Desde la ruptura se había ido aislando cada vez más, y debido al asco que los nuevos usos sociales le despertaban, no tenía intención de abrirse con nadie más. Tal vez por eso una idea le había estado rondando desde que abrió el vórtice en el sótano de su propia casa. Tenía un adosado de casi un siglo de antigüedad en el barrio antiguo, de dos plantas más desván y sótano, heredado de su familia. En completa soledad sus estudios de matemática cuántica temporal habían dado sus frutos y desarrolló lo que llamó un vórtice temporal empático. Esta nueva posibilidad de viajar al pasado e intentar cambiar algún hecho concreto en las medidas de sus posibilidades le hizo mirarlo todo desde otro ángulo. No podía cambiar el curso de los acontecimientos mundiales, ni sabía cómo. Pero tal vez Sí podía cambiar un acto puntual, tal vez podía salvarla. Un año antes Harald terminó con una relación de cinco años. Desde entonces había estado sufriendo lamentándose porque todo hubiera sido diferente. Estaba convencido de que no tuvo otra opción, pero continuaba decepcionado con el devenir de los acontecimientos. La quería cuando se marchó, pero no pudo aguantar más. Cuando ella, aún juntos, le contó inesperadamente pocos meses antes de la ruptura aquel episodio de su niñez, él se explicó de golpe muchos de los problemas que la aquejaban y que estaban afectando su relación. Entre lágrimas le contó que con nueve años un desconocido la atrapó mientras jugaba en un pasaje cubierto junto a su casa con otra niña y la manoseó, la sujetó con fuerza mientras trataba de zafarse de él y le apartó la braguitas bajo la falda hasta introducirle con fuerza dos dedos en la vagina. Fueron apenas unos instantes tras los que pudo escabullirse gracias a los gritos de su compañera de juegos, según se lo describió, pero eternos y marcados a fuego en su memoria, ánimo y desarrollo emocional posterior. Jamás lo habló con nadie antes según ella y pactó con su pequeña amiga, con la que perdió contacto poco después, no contarlo jamás. No volvió a ver a aquel canalla ni sabría reconocerlo ya que la cogió por detrás y desapareció para siempre. Pero aquella confesión de aquel decisivo trauma no sirvió para salvarles del naufragio. Harald se esforzó todo lo que pudo, hasta que no le fue posible otra cosa sino marcharse, enamorado pero hundido por un magma de atropellos, engaños y resentimientos. Y sin embargo, desde que el vórtice hizo acto de presencia, le había estado dando vueltas al asunto. Tal vez nunca tendrían una segunda oportunidad, probablemente era ya demasiado tarde para eso. Pero.. ¿y si ella sí tuviera la oportunidad de ser otra persona?¿Y si pudiera al menos evitarle aquello que le contó, aquel trauma devastador? Así que, tras rumiarlo lentamente durante meses, en los que había practicado con el vórtice, realizando pequeñas incursiones inocuas de minutos en el pasado más reciente, aquellas indignantes noticias de la mañana que hablaban de una despenalización prácticamente consumada de los abusos a niños, le habían resuelto ha intentarlo de una vez. Entró en casa decidido, bajó al sótano y activó el vórtice. Recordaba todos los detalles de su esclarecedora conversación de hacía año y medio aproximado con su ex, pero aunque desconocía el día y hora exactos y otros detalles del aberrante suceso, sí conocía lo suficiente para que el vórtice, guiado por sus pautas mentales, encontrara el evento en cuestión y lo vinculara a su persona como uniendo dos puntos distantes en un gran mapa galáctico. Al cruzarlo, se notó acalorado por un súbito clima primaveral y un agradable aire cálido. Parecía primera hora de la tarde, y estaba en una calle peatonal, junto a un pequeño parque. Estaba solo. Dos niñas rubias aparecieron detrás de la esquina, corriendo entre risas y jugando a algo inexplicable, casi persiguiéndose. Se paraban y se seguían, se remeaban y gruñían, ajenas a él. La reconoció al instante. No sólo porque había visto hace mucho fotos de ella a esas edad, sino por sus rasgos inconfundibles, aún incluso a tan temprana edad. Esos ojos verdes azulados, enormes, que se comían el mundo, y el pelo rubio claro, casi blanco y brillante. Mientras las seguía con disimulo, esperando haber acertado en el momento correcto para que apareciera aquel indeseable e impedir su salvajada a base de hostias si era preciso con el puño americano que guardaba en la chaqueta, se vio observándola, cada vez más ensimismado. Así, en movimiento, sus ademanes le parecían más reconocibles. Tal vez fuera su imaginación, pero parecía que algo se le estaba removiendo en el interior. Las emociones, los sentimientos, que ya creía sepultados tras un año de distanciamiento, volvieron a agolparse desde su estómago, su pecho y su cabeza, como un dolor malsano. Intentó, como cuando estaba con ella, que los buenos recuerdos primaran en su ánimo y ser positivo, mantenerse alerta y concentrado, pero las malas experiencias, demasiadas y demasiado dolorosas empezaron a hacer mella y ofuscarle. Era extraño asociar a aquella niña con las humillaciones, vejaciones y malos tratos a los que ella lo había sometido, y sin embargo el rencor se iba apoderando él por minutos. No se lo esperaba. Estaba allí con las mejores intenciones, pero se daba ahora cuenta que sólo intentaba confirmar las absurdas razones que había inventado para justificar el cruel comportamiento de ella durante nada menos que cinco años. Reflexionaba con dificultad, cada vez más presa de una súbita rabia, pero veía por fin con claridad que se había engañado queriendo creer en ella como quiso creer en sus mentiras desde hace tanto. Sentimientos encontrados, cada vez más oscuros, le flagelaban entre el deseo y el despecho ante la visión de aquella niña que no merecía una nueva vida ni segundas oportunidades. Recordaba su tacto de mujer joven y suave, sus momentos íntimos, y cada vez le resultaba más doloroso. Una necesidad no de proteger sino de dañar, de hacerle pagar, se fue adueñando de él. Nadie sabía que estaba ahí, nadie conocía el vórtice. Se había sentido Nada al lado de ella, hundido y sin autoestima, se había sentido basura. Ahora tenía el control. La seguía aún lentamente, pero comenzó a acelerar el paso cuando las niñas se adentraron en un pasaje cubierto distraídas con sus gritos y juegos. No había nadie más allí. Harald Petrova sacó la manos de los bolsillos y se adentró en las sombras a su encuentro.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

LA NAVE TIERRA

He imaginado dos escenarios globales opuestos. En el primero el programa APOLO no fue cancelado, continúa hoy día. El desarrollo tecnológico consecuente de la carrera espacial ha llevado a la humanidad más de medio siglo por delante de donde estamos en realidad. La crisis económica mundial de principios del siglo XXI no se produce ya que la voracidad del capitalismo se ve más que satisfecha y alentada por una economía de producción real y no hay nicho para que la especulativa se desarrolle. Tenemos todo el espacio por conquistar, y es suficiente. La caída de la Unión Soviética ocurrió igualmente, pero su economía no estaba tan maltrecha como consecuencia de los beneficios de su propio programa espacial, y este fue asimilado por occidente sin mayor dificultad, al igual que la reunificación alemana que daría lugar a una Unión Europea más potente, volcada por su parte con la Agencia Espacial Europea. Es un mundo aún más industrializado que el nuestro y más contaminante, pero las potencias emergentes, China, Japón e India serían las primeras en sufrir los efectos de la degradación ambiental y se preocuparían de regularla. Es más, al disponer de organismos de colaboración internacional para gestionar el espacio, el cambio de perspectiva traería como consecuencia natural el desarrollo de sistemas globales de control de La Tierra, de su agua, aire, población y territorios. No sería un mundo perfecto, algunos conflictos continuarían aun hoy, como la desestabilización de Oriente Medio y el integrismo, o la explotación de África, pero una globalización racional como consecuencia de un capitalismo beneficioso iría paulatinamente estabilizando y mejorando estas situaciones. La humanidad no tendría una sola estación espacial, sino muchas. Algunas de ellas en la Luna, de la que se explotarían sus recursos desde hace algunos años. También se habría llegado ya a Marte. Habría múltiples programas espaciales que hoy no existen, como uno preventivo antimeteoros. Estaríamos empezando a dominar el Sistema Solar. La emigración masiva a las estrellas no se vería como una necesidad, debido a la mejora de la vida en la Tierra, pero dadas las circunstancias sí se esperaría como un paso natural a dar en el futuro, la colonización en décadas, como un hecho. La intención de avanzar cambiaría a mejor nuestra propia percepción como especie, pueblo y habitantes de la nave Tierra. El otro escenario es el real. Un mundo atolladero que se mira el ombligo en lugar de mirar hacia arriba y adelante. Ya conocéis como hemos llegado hasta esta situación. Más pobres, divididos e indefensos que nunca. Peores. Nuestros líderes nos hablan de lo inevitable, de la realidad. Dicen que pongamos los pies en el suelo y no miremos más allá. Yo digo: Al Infierno. La ciencia es la única realidad. La realidad es que estamos girando alrededor del Sol, rodeados de planetas en el brazo exterior de una galaxia entre millones. La realidad es la ambición, el amor, el descubrimiento. Lo único imprescindible que necesita la humanidad para sobrevivir es soñar. Sin eso no es humanidad y no tardará en degradarse y perecer. Hay que recuperar el sentido de la grandeza, enfrentarnos con Quijotadas a un sistema que quiere someternos implantando la gris docilidad a nuestro alrededor. La era espacial es parte del pasado, es algo moribundo, y es nuestro único futuro posible. No sabremos gestionar la Tierra si no es desde arriba, mirando a las estrellas. La única fuerza que puede derribar la economía inmovilista es la imaginación, y ésta hay que alimentarla y ejercitarla, para las pequeñas cosas y las mayores empresas. No hay una única vía como nos dicen, hay infinitas. Así que ,mientras nos preocupamos por sobrevivir, soñemos. Vamos a morir igualmente, pero sólo ello marcará la diferencia. Combatamos el orden establecido con el absurdo, la emoción, la razón y la pasión. Seamos jóvenes e inconscientes, individuos y no números, nadie es especial y todos lo somos. Sigamos evolucionando, seamos salvajes y bárbaros, parte de una manada, una tribu o una especie, pero no sólo contribuyentes de un contrato social. No necesitamos lo que nos ofrecen, nosotros decidimos lo que es importante. Desterremos el miedo. Nunca va a ser fácil, seamos niños, nada es imposible. Expulsemos a quien quiere cortarnos las alas arrancándonos la esperanza.

martes, 19 de febrero de 2013

TURISTA DEL HORROR

A Melinda le gustaba robar de los cementerios. Nada importante ni valioso, cosas pequeñas. Minucias como las letras de metal desprendidas de las lápidas viejas. O trocitos de mármol sucio de los nichos, tal vez algún muñequito roto de los que adornaban las tumbas infantiles más antiguas y olvidadas. Cosas así. Además sacaba fotos. Cuando podía, lo hacía con su vieja cámara Nikon de carrete, en blanco y negro. Si no, disimuladamente con el móvil. Me arrastró con ella por todos los camposantos de la comarca. Llevábamos saliendo un tiempo y al principio la acompañaba a regañadientes, por agradarla. Luego me empezó a gustar. Siempre nos traíamos algún souvenir para su macabra colección. Una vez, en un cementerio de una aldea en la sierra que creíamos abandonada, cogimos una pesada cruz de mármol gris sucio y desgastado que estaba caída junto a un sarcófago de piedra agrietado del que se había desprendido. La arrastramos, y cuando pasábamos trabajosamente con ella hacia la salida nos percatamos de la presencia de un ermitaño, solitario espectador de nuestro expolio, y que parecía del todo indiferente a él. La cargamos en el coche sin más. Con el tiempo, las fotos, las visitas y el saqueo de tumbas a pequeña escala no eran suficientes, y buscando alternativas acudimos donde nuestro particular turismo del horror pudiera verse saciado. Primero, con la excusa de visitar Berlín, nos dejamos caer como destino obligado por el campo de concentración nazi de Sachsenhausen. No hubo hurto esta vez, salvo por algún boli de recepción. No fue posible. Sin el encanto de sacar fotos a escondidas como en los cementerios, pero con el morbazo añadido de estar a solas en la sala donde los doctores del Reich experimentaron con seres humanos y realizaron sus autopsias. Estaba todo muy bien conservado. Los barracones, la sala, la pila de lavado, la mesa de azulejo...resultaba tentador, comprobamos asombrados que no había la menor vigilancia en algunos de esos espacios. Las pintadas dementes de los prisioneros, sus murales, resultaban especialmente perturbadores, pero esa sala de las autopsias..era excitante. Conmocionados y eufóricos por el efecto que tal lugar nos causó, no pudimos resistirnos a hacer una escala sorpresiva en Polonia. En un atolondrado viaje relámpago improvisado nos plantamos en Cracovia, y de ahí a la meca del horror genocida y la tortura: Auschwitz. Con las manos pegadas a las vitrinas que nos separaban de codiciados fetiches, los observábamos con ojos ansiosos. Frágiles anteojos retorcidos, ropita de bebé, zapatos, maletas de cuero y madera con los datos de sus dueños escritos a tiza. Incluso cabellos y no pocas piernas ortopédicas de la época o muletas. Antiguas posesiones de los allí asesinados. Todo delante de nuestras narices y fuera de nuestro alcance. Los mirábamos como yonquis a su droga, como vampiros síquicos que quisieran absorber la energía vital que aquellos objetos desprendían. Era abrumador a una escala como no habíamos visto antes. Cuando pasamos del campo A de los barracones al campo nevado abierto de Birkenau, de tamaño mucho mayor pero en peor estado de conservación, nos desfogamos la frustración paseando a solas por los extremos del bosque donde quemaron vivos en piras a miles. Nos deleitamos con la llanura que antes fue el lugar donde Mengele realizó sus descabelladas torturas, y cuando Melinda orinó en la nieve detrás del único barracón en buen estado de conservación, me excité sobremanera y no pude menos que abalanzarme sobre ella y montarla por detrás violentamente contra la pared del solitario edificio, mientras caía la penúltima nevada sobre una capa de hielo y tierra. Ella se dejó hacer, cómplice, y jadeamos descompasadamente unos breves momentos mientras imaginábamos el olor a carne quemada y la lluvia de ceniza que fue norma constante en aquel mismo lugar. No fue nuestro mejor encuentro, pero salimos contentos y satisfechos con la travesura. Al tomar el avión de vuelta, no nos quitábamos de la cabeza aquella sala de autopsias de Sachsenhausen y su nulo control de vigilancia. Gastando más tiempo y dinero del que parecía ya prudente hicimos escala de vuelta de nuevo en Berlín y visitamos al día siguiente otra vez el campo. En esas fechas invernales no había prácticamente nadie. Lo hicimos sobre la mesa de azulejo blanco de las autopsias. Allá donde se abrieron en canal cientos de cuerpos humanos. Fue rápido, furioso y torpe. No pude dejar de reír todo el tiempo. Ella estaba más hermosa que nunca. Un tiempo después de volver lo dejamos. Tal vez debimos hacerlo antes de tatuarnos ambos unos cráneos con nuestros nombres en la espalda. Al principio, sin ella, parece que ya no prestaría más atención a los que habían sido nuestros hábitos. Sin embargo, sentía el gusanillo, y para matarlo, empecé a dar de vez en cuando algunos paseos por los jardines del tanatorio más cercano, a colarme en sus salas, a observar a los difuntos y a los que allí se congregaban por tristes circunstancias para ellos. También deambulaba brevemente por un cementerio próximo. En mi particular ruta por mantener vivo mi interés por la muerte me acerqué a la calle donde los abuelos de los niños asesinados aquel verano tenían su casa, sólo para ver las pintadas amenazadoras de sus vecinos y a los periodistas apostados en la puerta cámara en mano. Llegué a hacer senderismo hasta la parcela donde el padre de los críos los asesinó e incineró, sólo para quedarme ante la puerta observando el maltratado cordón policial, más pintadas de desprecio, y unas flores secas más docenas de peluches que muchos habían dejado en un altar improvisado con las fotos de los pequeños. Me dí cuenta que nada era suficiente para mí cuando me desvié poco después del camino diario al trabajo para pasar por el lugar donde un desesperado padre de familia de mi edad se había lanzado al vacío para acabar con todo, consiguiéndolo, esa misma mañana. Sólo quedaba nuevamente la cinta policial en el lugar del impacto fatal, adornado con algunas flores, carteles de recuerdo y una enorme mancha de sangre seca en el pavimento que no se había aún disuelto del todo por la limpieza. Me excité con la visión del rojo y pensando en Melinda. Volví amparado en la noche y la escasa iluminación del lugar para recostarme unos instantes en el pavimento donde la mancha permanecía. Estaba perdiendo el control. Cuando llamé a Melinda, hace unos días, me contó que ha contactado con una especie de sociedad clandestina en Canadá. Un grupo heterogéneo de conductores anónimos que provocan y representan accidentes de tráfico de baja gravedad (aunque al parecer a veces se les va de las manos) como ejercicio erótico. Me pasó algunos enlaces a videos de Youtube y una novela en la que parece se inspiraron para sus prácticas. Parece prometedor. En la red se rumorea que algunos de los miembros de esos grupos ilegales que exploran los placeres de la nueva carne, de una nueva sexualidad basada en la recreación de la muerte y la mutilación, son también turistas sexuales ocasionales en países pobres de Asia o incluso asesinos en serie que realizan excursiones grupales impunes a Ciudad Juárez. Elementos que aún me resultan inmorales. Aún. Imagino que hay mucho de leyenda urbana en todo ello. Melinda me ha pedido que la acompañe a un encuentro con esa gente. Para participar en la orgía automovilística es aconsejable saber conducir, y yo no sé. Parece buen momento para aprender. J.A.Santiago

jueves, 20 de diciembre de 2012

En la gruta del ombligo

En los cómics, de vez en cuando hay que dar un meneo. Un vuelco a las historias, que parezca que todo es posible y los lectores no se aburran de unos personajes acomodados en un estado vital. En mi me pasa igual. A veces es la vida la que me zarandea, otras soy yo el que le da un empujón para que me lo devuelva más fuerte. Hace más de seis años, viví los días en el camino a Santiago como un leve temblor vital, que iría creciendo conforme la breve aventura terminara. Ya sabéis, el Camino no termina en Santiago, empieza en Santiago, y todo eso. Después un varapalo tras otro endurecerían la coraza zen que yo ya estaba dispuesto a enfundarme sin demasiada provocación, aislándome más y más de mis emociones , como un peculiar ritual Vulcaniano autista. Incluso llegué a censurar del mundo aquello que pudiera afectarme; me hice sordo a la música para no evocar sentimientos perdidos, ciego al cine que pudiera conmoverme, desinteresado en los libros que tocaran alguna fibra sensible. Filtré la realidad a través de unas viñetas que la simplificaran y la hicieran mía, como un ingenioso hidalgo de lanza en astillero. Pero oía los ruidos. Ecos sordos, golpes desde el exterior en mi coraza, en la puerta del pasillo exterior. El nivel de las aguas subía, esperando. Y me encontré tan muerto por dentro que tuve que revivirme a golpes de electroshock, hasta que el agua se filtrara a través de las junturas y echara abajo la puerta, desbordando con la furia de la vida un cauce antes seco. ¿Tiene esto algún sentido? ¿Exagero? Me dejé seducir por el atractivo de lolita de unas niñas mal, luego me enamoré, viví la vida egoístamente y dándolo todo, centrado en el presente pero no como antes, y nunca jamás estuve a la altura. Pasé por todos los colores del espectro emocional, amor, ira, esperanza, piedad, avaricia, miedo.. Me dí un vuelco y la vida me devolvió el empujón tirándome al suelo y haciéndome rodar. Me quedaron cicatrices. Y se lo agradecí.

viernes, 9 de noviembre de 2012

SIN CASO EN EL APARTAMENTO (CONCLUSION)

Tras analizar cuidadosa y velozmente mi estado, Watson se decidiò a diagnosticar y reprochar: -Como temía, es víctima de su estupidez burguesa y de una sobredosis de esas mezclas químicas de heroína que él se administra. Su parálisis demuestra que le está atacando al cerebro. Le está matando y rápido. La única manera de salvarle es con una inyección In Extremis de opiáceos líquidos que diluyan la heroína de su organismo saturado. Sino, le perderemos en minutos. La señora Hudson lloraba con las manos en la cara. En ese momento me dí cuenta de cuánto le importaba a mi casera. Por supuesto, mi buen amigo sabía exactamente que disponía de una dosis de "aquel remedio" en la mesita del salón,a la vista, donde "providencialmente" el joven Billy Batson la había dejado esta mañana. Mientras Watson preparaba con celeridad una jeringa para inyectarme una dosis que iba a resultarme letal sin que él se percatara de ello hasta que fuera demasiado tarde, pude articular algunos movimientos para hacer torpes e imprecisas indicaciones. No podia explicar lo que realmente estaba teniendo lugar allí. Tal vez nunca podría explicarlo. Una aberración de la que estábamos siendo objeto. Cuando Watson intentó inyectarme para salvarme, logré zafarme de su brazo e indicar mi mesita insistentemente con la barbilla. Él,sorprendido y aún desconfiado, pensó inicialmente que yo alucinaba. pero su fé habitual en mi que tantos disgustos le ha traído le hacia dudar. Eso y el hecho de que mi estado no parecía empeorar con la celeridad que mis síntomas presagiaban inicialmente. En mi mesita encontró el libro que buscaba:"Antología de Mitos, Fábulas y Leyendas" En él la tarjeta de nuestro amigo el inspector de Scotland Yard a modo de marcapáginas. -¿Lestrade?, me dijo: -Holmes, ¿de qué nos sirve ahora? ¿a quien hay a detener? ,le señale como pude. ¿A mi? exclamó el asombrado doctor. -¡¡Sin duda usted delira!! agoniza aqui y...- Pero se detuvo al darse cuenta que mi supuesta agonía por sobredosis tal vez no era tal. Mi respiracion aún era regular, mi pulso lento pero constante. Algo no cuadabra y tenia que mostrarle de que se trataba. Se marchó en busca del teléfono más próximo (al final de la calle) para avisar a Lestrade. Al fin, el callado deshollinador, espectador mudo de la escena al que no perdía de vista salió de la estancia y me quedé un rato a solas con la señora Hudson. Pero no tardaron en aparecer el solicitado Lestrade, acompañado por dos agentes de paisano y mi hermano Mycroft. ¡Bien, mejor aun! pensé. Una mañana concurrida. En aquellos minutos mi estado había mejorado considerablemente, sin duda el artífice de aquella conspiración contaba en su plan inicial con que mi muerte se hubiera producido ya a esas alturas, y aunque no podía aún articular palabra, me incorporé lo que pude en el sofá y pidiendo papel y pluma, solicité lentamente por escrito los nombres de los policias que acompañaban al inspector. -Eh, bueno, pues son los señores Harold Perryman y Leonard Mctiegard, de Londres ambos. No veo que impor-...señalé decididamente a uno de ellos. El culpable último de aquella artimaña. Mi asesino. nadie me entendía. Salvo él. Me miraba fija y serenamente. No era la primera vez que orquestaba un asesinato encubierto de accidente, sin duda. La señora Hudson volvió con un gran vaso de leche calente que el doctor me hizo tragar para purgarme en lo posible de aquella sustancia que mi organismo iba asimilando pero aún me embargaba. Leche caliente, qué asco.Durante tan extraña pausa, no se movieron. Nadie daba crédito, pero mi actitud creó las suficientes suspicacias sobre aquel individuo. Mycroft interrogó a Lestrade sobre su agente, al que todos vigilaban:- ¿Conoce mucho usted a su hombre? ¿lleva mucho en el cuerpo con usted?. El inspector respondió:- em, bueno a decir verdad no lo había siquiera visto hasta hace unos 3 dias. Es de aquí pero viene destinado de otro lugar, del norte creo.Mycroft continuó, sustituyendome en el papel de detective:-Ya veo.¿Que cree usted que esté pasando aquí doctor Watson? -bueno,dijo Watson:-primero me pareció lo evidente.una sobredosis de heroina tratada accidental ... pero luego he empezado a pensar... los síntomas de su hermano parecen más los de un envenenado,con una forma de veneno que da la apariencia de ser otra cosa.algo fortuito.¿con que finalidad?..creo que fuera yo precisamente, el que confundido por las circunstancias inyectara finalmente una dosis inapropiada y por tanto letal de los opiáceos líquidos que tenía más a mano a Holmes, asesinándolo finalmente. Mis propias manos serían el verdugo de mi amigo, manipulado por alguien en la sombra-... -Esto apesta al MI6-, Afirmó Mycroft. -Pensaba que el servicio secreto de su majestad le concernía a usted-,Pregunto Lestrade.Mycroft refunfuñó:- Hay muchos servicios secretos, y algunos de ellos me reprochan y no perdonan las veces que he cubierto las espaldas a mi hermano pequeño-...-¡¡A cambio de un valioso servicio! protesto Watson. Me alivió que al fin todo estuviera claro. Y sin abrir yo la boca. Lestrade sacó su arma y apunto a su hombre, que no había hecho ademán de huir:-¿ quien es usted!? ¿que pretende? ¿porque esta aqui? ¿sólo para verme morir a manos de mi mejor amigo?..susurré con ronquera. Furioso,el extraño se explicò:- Mi nombre es Campion, Campion Bond. Especialista en Cuentos de Hadas, como su amigo el detective ya sabe. Sin duda me ha descubierto por mi falso nombre de agente de Scotland Yard, sacado de la fábula gaélica Gargamel y Kolokrein, contenida como tantas otras que conozco en el volumen que tiene en su mesilla, donde tenía su tarjeta a mano, Lestrade. Veo que Holmes me ha venido siguiendo los pasos desde antes de que yo se los siguiera a él. Por tanto ya sabrá también que yo era el deshonillador que le socorrió hace un rato. Quería ser testigo de excepción del momento en que el doctor le viera morir. Apenas he tenido tiempo de asearme, cambiarme y unirme a Lestrade para volver. Mi nombre de profesional de las chimeneas también es una invención, claro, lo escogí acorde para tan sucia profesión, el apodo de un falso troll de un cuento celta. Cuando he visto el libro de fabulas y leyendas he comenzado a preocuparme porque el gran detective estuviera tras mi pista. Y oh, aciertan.Estoy al servicio de su majestad.Dela corona,No del parlamento como su club Diógenes, Mycroft. Y la corona detesta profundamente a sherlock holmes desde que destapó el escándalo del "asesino por decreto", el destripador de whitechapel que usted desenmascaró como sobrino de la reina. Eso no se lo van a perdonar. Mycroft se encolerizó:- Nos tendran de frente!!,.. -a todos nosotros- Añadió Watson. -No volverá a tener una oportunidad como esta, creáme..Afirmé con mayor voz. Campion fue arrestado y luego destinado por instancias mayores a servir en lejanas colonias.Espero que aprenda nuevos cuentos por allí. El pequeño Batsy fue encontrado ahogado en la bahía de Londres. Sin duda fue la única víctima mortal finalmente de aquella triste maquinación.Y como mi buen Watson quedó afectado en su ánimo por ser el hombre que casi me mata, le liberé de su "obligación" de escribir este relato en su diario novelado, que de todas formas es mejor que jamas vea la luz. Otras aventuras seguramente más literarias nos esperan. Firmado: Sherlock Holmes.

SIN CASO EN EL APARTAMENTO, Un Relato de Sherlock Holmes.

Aquella gélida mañana de noviembre desperté un poco antes del amanecer. Helado, la verdad. Me había quedado dormido muy tarde sentado en el sillón junto a la chimenea del salón de la señora Hudson. Ella suele acostarse temprano, por lo que me tomé la libertad de descuidar mi aspecto y sólo vestir un batín rojo oscuro carmesí,unos calzones y un desigual par de calzetines. El fuego que tan bien alimenté esa noche ya sólo era cenizas y un incòmodo frío me llegaba hasta los huesos. Me desperecé en el sillòn mirando hacia la ventana màs pròxima, empañada de vaho. Una gris niebla cubría la aún nocturna Baker Street, dando la impresiòn de que el 221 era el único edificio de toda la ciudad, y que Londres sòlo era un mal sueño. A veces, cuando la reclusión en mis habitaciones se prolongaba demasiado,como era esa ocasion, lo parecia. Perezosamente y algo abotargado me dirigí a un territorio que me era tabú por orden de mi casera: la cocina, y con cuidado preparé una tetera y la puse en la lumbre. Sonó entonces la puerta. No el timbre ni el llamador, unos pequeños nudillos golpeaban ritmicamente la madera por debajo de la linea de flotacion lógica en un adulto corriente. A juzgar por las horas, uno de los irregulares se habia percatado de mi presencia desde el exterior, tal vez incluso esperando vigilante en mis escaleras y esperaba de mi un compasivo desayuno a cambio de quizás alguna información suculenta. Dudaba que tal cosa pudiera interesarme, pero le abrí, y el pequeño Billy Batson "Bats" entrò directo a la cocina, rápido, sonriente y dando unos vigorosos -¡¡Buenos dias señor Holmes!! como si ya fueran las 10 de la mañana. -¿¡Tiene usté café!? ¿tostadas?.. Diligente, no iba a despertar a la señora Hudson por aquel minúsculo banquete, asi que fui dispusiéndolo todo mientras el crío de apenas 10 años se sentaba dispuesto en una mesita del salon a esperar su desayuno como si de un lord del exclusivo club Diógenes de Mycroft se tratase, tras salir de la cocina tan raudo como entró. Agradecí que aquellas pequeñas y répidas manos se distanciaran de la mimada despensa de la señora Hudson. Y mientras preparaba todo y me servía el té le interrogué: -¿Que te ha traido esta casi mañana por aqui pequeño amigo? ¿Te has peleado otra vez con el granuja de Jimmy O`keefe?. -¿No debería saberlo ya usté señó holmes? ¿Se leer,sabe? y en los relatos que el doctor escribe sobre ustedes dos sus casos suelen comenzar con una visita sorpresa a la que usted deslumbra con sus dedusiones por las que ya sabe que quiere su cliente de ustedes. -Tú Sí que eres un caso, billy. no te quepa duda. No esperaba emociones como aquellas a las que mi pequeño truhan callejero se refería para aquella mañana. Ya masticando, "Bats" siguió:-Pues le traigo la primerísima edición del London Herald Tribune-, sacándose un ejemplar muy redoblado de su chaquetita. -Y también su...medicina-. Me pilló desprevenido -¿Quién te ha pedido tal cosa?-inquirí. -usté,señor,ayer mismo-. Miré con frialdad un instante el pequeño bote de opiáceos licuados que el niño había dejado en la mesa con naturalidad junto al periódico sin dejar de engullir sus tostadas y de huntarles más mantequilla y mermelada. Estaba seguro de no haber pedido nada de aquello. Es más, no veía ni hablaba con el pequeño Billy Bats hacía ya varias semanas. Y sin embargo, a mis casi 40 años me habia dejado llevar por una espiral de desidia como ninguna otra desde que Watson se habia marchado del apartamento que compartíamos como inquilinos para contraer matrimonio con su prometida, la hermosa señorita Mary Higgins St.Clark y concluimos nuestro último caso y con él nuestra asociación. Pero Watson, sabedor de mis funestos (en sus palabras) hábitos, venía prácticamente a diario a controlar a este excéntrico solterón que sólo tenia ya por compañia a su vieja casera y ama de llaves, un aun más viejo fox terrier dormilón que de vez en cuando despararecía como ahora y las visitas inesperadas de pillos hambrientos, huérfanos de los barrios bajos.Amén de un hermano mayor distante, abrumado por las obligaciones de su cargo, que yo, el díscolo benjamin habia evitado toda su vida. Pero no habia motivo esta vez, no consumía aquellas drogas hacia mucho. Su uso me dejó hastiado. ¿De qué iba aquello entonces? el joven Billy me miraba con determinación y aparente inocencia. Con la intención de despejarme bebí al fin mi té .le miré pensativo mientras el chiquillo acababa con su desayuno y ensimismado no aprecié el sabor dulce del té hasta haber apurado al menos media taza. y sobretodo lo importante, el hecho de que lo estaba tomando sin haberle añadido aun mis 3 terrones de azúcar.En el instante en que me dí cuenta lo supe. Mire al pequeno billy a los ojos, que percibieron la iluminación del que se descubre acorralado en los míos y soltó una risita con su última tostada en la mano mientras me desplomaba en la alfombra. Inmóvil. Envenenado. Vertió un tóxico endulzado en el té que había dejado enfriar un poco,mientras le preparaba su café y tostadas como buen anfitrión. El estupor fue mi última emoción consciente. Cuando desperté, Billy no estaba. En su lugar una despeinada y preocupada señora Hudson me miraba desde arriba, al lado de un tipo al que no había visto en mi vida, o eso juraría solemnemente si su tez negra de hollín no me impidiera afirmarlo con rotundidad. Ya no me encontraba sobre la alfombra, sino acomodado en el sofá de mi habitaciòn, envuelto una manta. -¿Cómo se encuentra Sherlock? La buena señora nunca me llamaba así. Estaba visiblemente nerviosa. Éste es Thomas Willcott, el deshonillador que ha venido hoy temprano. Cuando le he encontrado sin sentido me ha socorrido y le hemos subido a su habitación-. Ya era de día, a juzgar por la luz apenas las 8. Ante mi extraño silencio, Hudson siguió: -Ese granuja de Billy Batson me ha despertado cuando se ha desmayado usted. y mientras le he socorrido el muy ladrón se ha llenado los bolsillos de huevos y panecillos y ha salido pitando. Decía que corría a avisar al doctor Watson, bendito sea, debe estar al llegar. Estaba usted helado!!- Lo unico engorroso en escuchar la explicacion de mi cuidadora era tener la certeza de que no podia moverme ni hablar. Aún así, noté que ella callaba alguna cosa y la sombra de una reprobadora tristeza le pasaba por los ojos. Lo había visto antes. Pensaba que mi estado se debía de nuevo a las drogas. Quizás el joven mequetrefe le había dejado alguna prueba falsa más a la vista para inducirle tal sospecha. Sin duda el niño no era el cerebro de aquel atentado contra mi reputación que aún no se había consumado en asesinato. Watson, que conservaba su propia llave del edificio, entró al fin acelerado en la habitacion de mi apartamento, maletín en mano. -¡Holmes, como diablos ha podido hacer semejante estupidez!! ¡¡Una mente como la suya, echada a perder!!-,Dijo a voz en grito. Aquello parecia el discurso habitual de mi hermano Mycroft. Me dolía la cabeza.Le miré suplicante, haciéndole ver mi casi inmóvil estado. Dirigí exagerada y repetidamente mi vista primero a Watson y luego al deshollinador, que sin articular palabra se situó en un discreto segundo plano. Tras Tras comprobar mi estado y convencido de que me encontraba en un grave extremo de sobredosis que podía resultarme mortal, Watson iba sin saberlo a ser mi asesino. CONCLUIRÁ..

sábado, 27 de octubre de 2012

LOS PRINCIPIOS DEL FIN

LOS PRINCIPIOS DEL FIN No hacía ni cinco minutos que había entrado, y sentado en la barra de la cafetería ya tenía el impulso de largarme cuanto antes. Entraba a trabajar de tarde en 20 minutos, tenía tiempo de sobra. Pero empezar una conversación con ella me resultaba incómodo. No tenía respuesta ni para la pregunta más sencilla del diálogo más trivial. ¿Qué le diría si me preguntaba simplemente a qué me dedico? Me gustaría responder:"Escribo".Pero lo cierto es que llevo meses sin escribir apenas una línea, y mucho más sin que sea nada que valga un poco la pena. Y tampoco es que sea mi profesión ni nada, es sólo algo que me gusta hacer, como a tantos, ya ves. Y es que ya no me veía a mí mismo como una gran compañía. Puede que tampoco lo haya sido nunca, no se. Me sentía vacío. Acababa de salir de una relación, y durante todos esos meses me había vertido entero en ella hasta que no me quedaba nada que ofrecer. Apenas había comenzado a recoger los pedazos y recomponerme como para pensar en perderme en otra bonita sonrisa y unos ojos dulces. Y sin embargo, allí estaba. Callado como un tonto. Era agradable que alguien tuviera un pequeño detalle como invitarme a un café y una palabra amable. Llamadme triste, así de deshecho estaba. De tanto no sentirme escuchado ni apreciado me sorprendía cuando un conocido o una amiga me dejaban terminar una frase, y que al concluirla no me esperara una mala cara para ensombrecerla. No sabía demasiado de la camarera, y en realidad supongo que no quería descubrirlo. No todavía. Deseaba recrearme un poquito más en la ilusión que me hacía gustarle un poquito a alguien de nuevo, aunque no fuera cierto. No pretendía ir más allá. Tampoco sería justo. Y sin embargo...cuánto me gustaría. Pero estaba tan a gusto allí, esos breves minutos mirándola en silencio moverse con ritmo en el bullicio de una tarde lluviosa que había llenado el local de vociferante clientela de fin de semana, que me daba miedo estropearlo volviendo a la realidad, como había estropeado todo en mi vida durante el último año de un modo u otro. Un perro apaleado más de los pesados que llenan los bares. Ví una vida hermosa que no me necesita en ella. Pensamientos innecesariamente apresurados e impropios. Como el buen Foggy Nelson le decía a Matt Murdock en Daredevil:"Pasas directamente a la ruptura sin empezar siquiera la relación, que de todas formas podría no existir. Así es más rápido y seguro." Sin riesgo no hay fracaso. Ya has perdido porque te has rendido antes de empezar. Conozco la sensación. Fue mi forma de vida durante mucho tiempo. Pero en algún momento, esa tarde, entre aquella taza de café y la surrealista conversación en la tienda con una adolescente que algo airada se frustraba intentando explicarme con gratuita y acomplejada dificultad que el "Yaoi" es el Manga para lesbianas, tomé la inconsciente y casi involuntaria decisión de dejar de compadecerme. Tal vez no era mucho, pero Sí un principio. Creo que necesitaré varios principios hasta que encuentre mi final. Con algo de tiempo. Y sin embargo... EL FIN DEL PRINCIPIO