martes, 19 de junio de 2012

AL BORDE DEL TIEMPO

Me sentía de todo menos especial rodeado de aquellos miles de personas, tan pasmados como yo. Abducidos, secuestrados, contemplando no se sabe muy bien el qué a través de una gran pantalla mucho más alta que el cine Imax más descomunal. Parecía hecha de algún tipo de cristal líquido sin fin, como una ventana al infinito. Y eso es lo que creíamos estar mirando, el final del infinito, el último aliento del universo. Un colapso de agujeros negros masivos, cuyas bocas y espirales eran ya casi la única luz en un vacío condenado a la negrura absoluta. Pequeñas secciones rectangulares se abrían y subdividían en la enorme pantalla, mostrando espectros de luz, calor y otros análisis de gases y materias exóticas invisibles que aún llenaban el entorno cercano a aquellos gusanos que absorbían los últimos restos de materia del saco vacío de la existencia, a punto a darse la vuelta. La Tierra, por supuesto, ya no existía hace mucho. Pero había muchas más estaciones como la nuestra flotando vigilantes ahí fuera, esperando el momento. ¿Nos habían llevado hasta allí, arrancados de nuestra época, muy anterior a todo aquello, sólo para que contempláramos el fin último de todas las cosas y muriéramos con ellos? No. ´"Así No es como acaba el mundo". Esa es la premisa. Las estaciones, en el momento adecuado, justo al final del tiempo en la eclosión final, abrirían una cadena de agujeros de gusano artificiales encadenados a los superagujeros masivos naturales que resultaban intransitables y a través de una serie de saltos temporales precisos nos llevarían intactos del fin de este cosmos al inicio de varios de los siguientes, más allá de sus respectivos Big Bangs, y mucho después de que las estrellas hubieran dado forma a planetas que hubieran ya empezado hace tiempo a enfriarse, de los que muchos podrían albergar vida y recursos. Será la primera vez que la humanidad habite un multiverso de realidades paralelas simultáneamente, con la capacidad de comunicarse entre lugares con leyes físicas divergentes y pasar de uno a otro. ¿Para que nos necesitaban a nosotros en todo aquello? Para nada. Aquella especie humana del futuro lejano estaba tan evolucionada física y mentalmente que era como llevarse a un homínido anterior al neandertal a que nos resolviera un problema doméstico con internet en mi tiempo. La vida surgiría por sí sola en los nuevos mundos, y ellos podían plantarla y crearla de todas formas. Podían recrearnos cuando quisieran. Sin embargo, preferían capturarnos a un puñado de personas desde un pasado que para ellos habría sido tan improbable como Atlantis sino fuera porque pueden viajar hasta él y verlo con sus propios ojos, y llevarnos hasta allí. No sé de sus motivaciones, en realidad no nos dan tantas explicaciones ni nos tratan como iguales. Tampoco nos desprecian, sencillamente un entendimiento natural no se da. Y no es solo a nosotros. Estos "humanos" evolucionados parecen igual de condescendientes con otras especies y razas alienígenas que parecen tan desarrolladas como ellos pero que diría carecen de su determinación natural para saltarse los límites que les habrían extinguido junto al viejo planeta Tierra. Me he imaginado muchas veces que es este primitivismo para soñar sin parangón lo que ha motivado nuestro rapto. Tal vez creen que pese a que comparten nuestra naturaleza los factores que han dado lugar a su civilización son tan consecuentes como aleatorios con respecto al pasado del mundo de origen. Las seis (al parecer ahora nueve) extinciones masivas de especies que experimentó la Tierra, y todo lo que pasó después motivaron el ascenso de estos últimos pobladores y al fin señores de un universo que ya moría, y tienen la intrépida arrogancia de pasar al otro lado y sobrevivir. Esta vez la canción de los hombres no terminará, podemos estar orgullosos de nuestros herederos, pese a que me gustaría poder reconocerme en ellos con mayor facilidad, no sentirme un espécimen en sus manos. Sin embargo, siguen siendo seres emocionales. Yo los llamo sintozoides en broma, me gusta desconcertarles cuando puedo, aunque debo parecerles como un chimpancé contando chistes demasiado viejos para que ya los entienda nadie. Un público imposible más que difícil. Y me siento estúpido porque no me quito de la cabeza a esa chica, (las mujeres siguen existiendo en esta nueva era, más o menos), cuando ya podría fijarme en alguna Eva de mi propia época para repoblar los vergeles que nos asignen (si no me lanzan por la escotilla antes), pero es fácil quedarse prendado de una diosa de las estrellas. Ahora comprendo a los antiguos que se maravillaban con las apariciones de Afrodita y sus diosas de la belleza. Ni sé su nombre, nunca se dirige a mi con la familiaridad suficiente, ni habla de si en tercera persona como haría un dios de verdad, pero desde que bajó de los cielos en caída rasante y me arrebató como a Elías en un carro de fuego me dejó sin aliento. Su melena de pelo blanco albino con mechas negras y tonos grises plateados, su piel bronceada y esos ojazos verdes de expresividad enigmática fue lo primero que vi a 3000 km por segundo cuando mi paseo de madrugada al filo del amanecer pasó a estar en mitad de una batalla entre especies futuras por razones que sólo ellos comprenden. A ras de suelo un estruendo precedía a unas reducidas plataformas individuales con forma de disco metálico en relieve sobre las que se erguían en pie unas peculiares amazonas de melenas al viento que planeaban con sus skates flotantes supersónicos en piruetas de vértigo, flexionando las rodillas y levantándolos en ángulos imposibles de realizar para usarlos como escudo cuando una lluvia de metralla fosforescente les caía desde arriba. Entonces ascendían y contraatacaban con unas espadas de cristal líquido que parecían volverse incandescentes y despedir algún tipo de materia muy cortante y letal a pocos metros de su objetivo. Paralizado y boquiabierto estaba en los escasos instantes que habían transcurrido, cuando todo pareció estallar a mi alrededor en la calle y me vi proyectado hacia arriba, rescatado por aquella insensible amazona más como un fardo absurdo que como un pasajero incómodo de aquel improbable vehículo personal de guerra. Y aquí estoy, a bordo de naves misteriosas al borde del tiempo. Este no es mi sitio, contemplando como mueren las últimas estrellas y empalmado con el olor de su pelo a mi lado. Fascinado por como todo acaba para volver a empezar. Sólo queda el futuro, todo está por hacer.

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