Hay diferencia entre ser el protagonista o solo estar ahí.
Después del concierto de Los Planetas al aire libre estamos en la puerta de un pub cercano. Jota se tambalea calle arriba y abajo, deambulando acompañado solo por una lata de cerveza y murmurando. De vez en cuando se detiene y grita algo. Creo que dice ¡Cabrones! pero no se le entiende. Viendo a Elena con su muleta me recuerda a la prota de aquella peli, BOXING HELENA (MI OBSESION POR HELENA). La vimos mi hermano y yo hace más de quince años en un cine ya desaparecido del casco histórico tras pasar la tarde en Radio Lupa. Éramos unos crios. Contaba la historia de un tipejo enamorado de la preciosa Helena, que para retenerla le amputaba brazos y piernas y la encajonaba en una caja. Pese a tan prometedora premisa (ejem) era un bodrio entrañable. Incluso aparecía Art Garfunkel, y Kim Basinguer perdió mucho dinero por una demanda que le pusieron los productores por negarse a rodar la peli una vez firmado el contrato. Visto el film, no la culpé, pese a que contara con buenos actores como Bill Paxton, Julian Sands y Sherilyn Fenn como Helena. Todos desperdiciados y muy mal dirigidos por una entonces debutante Jennifer Lynch, que andaba escribiendo todavía el truculento Diario Secreto de Laura Palmer entonces y luego al parecer ha dirigido alguna historia interesante para recalar hace un par de años en Bollywood con un film sexy de terror sobre una mujer serpiente hindú titulado HSSS!..
Elena tampoco se deja encajonar. Baila toda la noche con su muleta, la acaricia con su melena pelirroja. Charlando animadamente a ratos con sus amigas y compañeras de carrera en algún momento mientras las escucho me veo solo como el hijo del conserje, alguien con demasiados puentes por cruzar, ya derrumbados.
Mucho más tarde abandono la atestada acera para orinar en el interior del pub y despedirme de alguien antes de marcharme. Dentro hay una despedida de soltero, el novio va disfrazado de diablo discoquetero al estilo Disco Stu, le queda sorprendentemente bien, gracioso y casi nada humillante, pero sus amigos le obligan a cantar Don Diablo de Miguel Bosé en el Karaoke y se le entiende menos que a Jota maldiciendo. Mientras busco los servicios tengo la sensación de que en algún momento formé parte también de esa fiesta, de que he olvidado como la cago continuamente y me han echado de nuevo.
Amanece cuando salgo con la última Coronita del lugar y la noche, la acera esta vacía, ni rastro de mis amigas ni de nadie más, salvo por Jota, que se detiene ante mi, sale aparentemente de su ensimismamiento un instante en el que nos miramos, y gritamos al unísono: ¡ Cabrones !.
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