II
Me impresionó como alguien de su inteligencia y preparación podía inclinarse a creer en cosas como aquellas con tanta decisión, pero era eso precisamente lo que me alentaba a dudar y dejarme llevar por sus quijotadas, como cuando éramos unos críos y nos convenció para explorar las catacumbas abiertas bajo la iglesia (entonces abandonada) de La Panadera. La verdad es que, tras colarnos en el templo un anochecer de invierno armados de linternas y nuestro arsenal propio de tortugas ninja (por si algún esqueleto se ponía agresivo) pasamos un rato digno de un capítulo especial de Halloween, que no nos decepcionó en cuanto a la cantidad de cráneos y ratones que pudimos encontrar, hasta que percibimos que no estábamos solos allí. La campana de la iglesia comenzó a replicar después de muchos años sin hacerlo y nos quedamos lívidos, aún más cuando ascendiendo en desbandada hacia le lejana salida del lugar nos topamos con un pequeño incendio allí dentro, fruto de unos chavales que también eligieron esa tarde para colarse allí, y tras prender fuego accidentalmente al sitio, huyeron al campanario donde no se les ocurrió otra que pedir ayuda de tan sonora forma. La policía y los bomberos nos sacaron de allí y nos dieron un buen rapapolvo en comisaría, mejor del que nos darían luego nuestros padres. Con gusto nos habríamos quedado en el calabozo antes que en casa esa noche. Pero eso nos dio otra aventura más que recordar.
También fue David el de las Patás al Aire quien nos alentó a escribir una carta a los entonces populares EUROPE para que tocaran en nuestra fiesta de fin de curso en otra ocasión, aunque creo que fue originalmente ocurrencia de el Lince, José Barón, con poco éxito después de todo. Con ellos dos y con El Gorrión y Segarra escenificábamos por las tardes, tras las clases y en el patio del colegio, interpretaciones libres de los libros juegos de Dragones y Mazmorras que nos dejaban o regalaban.
Y parece que los que quedamos podríamos estar a punto de volver a escenificar algo, una locura esta vez.
La mansión castrense del antiguo cuartel de Trafalgar es lo único de aquel que aún se conserva y pertenece todavía al ejército. Ahora está dentro del parque de Trafalgar, rodeada del antiguo muro, unas vallas y la garita -en desuso- donde los reclutas hacían antes las guardias. También mantiene en su territorio una zona de encinas y pinos junto a su entrada que le hace las veces de aparcamiento cuando algún responsable militar pasa por allí temporalmente. Así que, con poca convicción de encontrar algún rastro de lo que aconteció entre sus paredes pero con la esperanza de que ese sea el motivo de su conservación, nos dirigimos los dos solos allí.
Esta vez no tuvimos que colarnos, curiosamente no me esperaba que mi antiguo compinche hubiera obtenido todos los permisos oficiales e incluso unas llaves para entrar allí y revisarlo todo a su antojo, ya que no se utiliza como vivienda regular desde hace mucho.
Recorriendo sus pasillos, recordé que esta no era la primera vez que los Yin-nas combatimos a los extraterrestres del cuartel.
Un sábado por la tarde vimos en televisión un pase del clásico INVASORES DE MARTE en un televisor en blanco y negro, donde un niño se enfrentaba casi en solitario contra una infiltración totalitaria alienígena en los años 50, y el lunes siguiente en el recreo dimos rienda suelta a nuestro entusiasmo y espiamos a los soldados del cuartel con los prismáticos de nuestros padres, esperando algún síntoma sospechoso de posesión por ultracuerpos, encaramados al altísimo tobogán y los columpios de la escuela, pegados al muro que nos separaban del campo de tiro que usaban como aparcamiento de tanques y vehículos y donde realizaban las salvas matutinas de instrucción que amenizaban nuestra primera clase del día, normalmente de dictado y bostezos. Pero tras varias jornadas, ningún tanque se movió de su sitio y los platillos volantes no se presentaron, así que pasamos a otra cosa sin dejar de desconfiar de un lugar con tanto potencial para nuestros juegos. Parece que alguna razón pudimos tener entonces.
En la casa hallamos guardadas en un escritorio unas viejas cintas de audio en casete y un par de video en formato betamax. Como no encontramos donde reproducirlas nos las llevamos. Las del video beta tendrían que esperar (podríamos encontrar antes marcianos que un reproductor beta) pero escuchamos en el audio lo que parecía una grabación rudimentaria del ritual de contacto con los umitas de aquella lejana noche. Seguramente sólo era la copia de una copia y los originales estuvieran registrados en un magnetofón de la época y bien guardados o destruidos, por lo que no podíamos saber si faltaba algo, pero entre los gritos que se desataron en lo registrado en un momento concreto de la ceremonia y un largo espacio posterior con sonido blanco, oímos algo que nos recordó una de nuestras travesuras de entonces, unas palabras que escuchamos ya mucho antes y nunca olvidamos, cuando las pronunció el fantasma de la 4ª planta.
VOLVERÉIS, de Jonás Trueba
Hace 1 mes
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